Tres cartas de Tarot deslizadas con sigilo por debajo de mi puerta

Carlos Zerpa




Tres cartas de Tarot metieron hace unos días, silenciosamente, una a una por debajo la puerta de mi apartamento y sin siquiera tocar el timbre.

Estaba escribiendo en mi computadora una historia para Los Hermanos Chang, cuando sentí una presencia. Tuve la certeza que alguien estaba en silencio del lado de afuera de mi espacio, pero no hice caso a eso y esperé que ese alguien tocara el timbre o golpeara la madera de mi portón, como usualmente hace la gente decente. Cuál sería mi sorpresa cuando de pronto, en vez de correspondencia, el balance de cuenta del banco o el recibo de la luz, lo que metieron por debajo de la puerta fue una carta de Tarot. Para ser más preciso, lo que deslizaron primero fue la baraja del Mago. Seguidamente, a mucha velocidad metieron, la carta del Loco, y ahí mismo, sin tomar pausa, la del Diablo. Tres cartas, tres barajas de Tarot de regalo para mí de parte de un sujeto anónimo, de un amigo o de un enemigo desconocido. Coño estas cosas dan qué pensar, ¿no?

Mi primer impulso fue el de abrir la puerta para ver quién era el individuo que estaba haciendo esto, para atraparlo infraganti, para encontrarme cara a cara con esa persona, para gruñirle o jalarle los pelos… pero me contuve para evitar toparme con ese alguien face to face.

Quien lo hizo salió corriendo apresuradamente por el pasillo y bajó las escaleras de cuatro en cuatro para desaparecer del lugar de los hechos una vez consumado su acto. No abrí la puerta y me quedé inmóvil para de esta manera restarle importancia al hecho cumplido y meditar sobre lo ocurrido.

Las cartas permanecían en el piso tal cual como fueron colocadas y yo por mi parte me detuve a observarlas pacientemente y detallarlas. Eran tres como les había dicho: El mago, El Loco y el Diablo.




Le Bateleur


La carta del Mago es muy hermosa. Con un gran sombrero de ala ancha que adorna su cabeza, el Mago me recuerda a esos que usan los mariachis mexicanos. Sostiene en su mano izquierda un cetro o quizás una varita mágica, mientras que en su mano derecha lleva una bola, una canica de color rojo la cual hace girar entre su pulgar y su índice. Está parado detrás de una mesa llena de cosas, un cuchillo afilado, una vaina de judías, esferas de colores, un vaso con un líquido amarillo, una botella a medio llenar o a medio vaciar, y monedas… Veo para mi sorpresa que es la carta número uno, la cual se llama “Le Bateleur”.


Esa mesa del Mago no sé por qué me recuerda la parte final de la película Four Rooms, en ese capítulo llamado “The man from Hollywood", dirigido y escrito por Quentin Tarantino, que por cierto es para mí lo mejor de la película. De hecho, los personajes ponen sobre la mesa de la cocina una serie de objetos que serán claves para el desarrollo y final con broche de oro de dicho film. Una tabla para cortar verduras de madera, tres clavos, un ovillo de bramante, una hielera o una cubeta con hielo, una donut, un sándwich de pollo, un trinchante o hachuela de cocina muy afilada, tan afilado como el mismísimo diablo, champaña Cristal, una paca de dólares y un encendedor Zippo. No sé porque esto viene a mi cabeza, pero la mente humana es así, “un juguete peligroso” como decía “The Tick”:

Yo no sé de los significados del las cartas y la única persona en quien confío en estos menesteres es en mi amigo Enrique Enríquez, pero vive en Nueva York y no quiero molestarlo por esta nimiedad… Solo sé que esta carta del Mago me gusta mucho y siento que es de buen augurio, con su cabello largo amarillo y sus mangas bombachas me causa gracia, me es simpático, sin dudas este personaje es Osho, así lo veo yo. Aunque hay muchos magos aparte de Osho, los otros que me vienen a la mente son Merlín con su sombrero alto de cono azul marino con estrellas plateadas … Y Mandrake con su pumpá negro, su frack, su capa, sus bigotes bien cortados y su pelo negro con vaselina.



Le Fol

La carta del Loco me gusta mucho. Él va con un bordón con el que sostiene su mochila al hombro, es como un vagabundo y va contento jugueteando con su perro saltarín —¿o es un gato azul celeste que le muerde las nalgas?— que lo acompaña en su peregrinaje. Lleva un bastón o báculo en su mano derecha para ayudarse y sostenerse al caminar y quizás como arma para defenderse de asaltantes en el camino… Lo veo feliz, con su barba de bohemio, su mirada de soñador perdida en el espacio, como un hombre con plena libertad de hacer lo que le viene en gana y poseedor de un espíritu libre sin ataduras materiales. Lo percibo simple, natural, despreocupado, sin amor al dinero ni al poder, un ser al cual no se le puede comprar ni con riquezas, ni halagos, ni nada. Quizás “Le Fol” sea un poeta que va por los caminos cual ave de paso con su cinturón lleno de cascabeles que hacen música al andar. ¿Será John Lennon? No, más bien este individuo me recuerda a Peter Fonda y a Dennis Hopper en la película Easy Rider… Nacidos para ser libres, born to be wild.




Le Diable

La tercera carta que deslizaron bajo mi puerta, en verdad no me gusta para nada, no porque le tenga miedo o aversión, por las ideas que tradicionalmente se tienen sobre este personaje bíblico o por los rollos morales y las supersticiones que giran en torno a él; sino porque como imagen me perturba en exceso. Es la del Diablo. Este no es de color rojo, con cola de punta de flecha, con un tridente en la mano en las llamas del infierno; nada que ver con esta imagen ni con la del jamón endiablado ni con ese que aparecía en las comiquitas de vaca y pollito. Este Diablo de la carta de Tarot tiene cuernos de cervatillo con espinas de color negro, está parado arriba de una especie de pedestal y tiene de lado y lado a un hombre y una mujer desnudos como gusanos, atados por el cuello al podio central y con las manos detrás también amarradas, o al menos eso presumo. Son cautivos sin dudas del ser maléfico que los tiene a sus pies; ellos también tienen cuernos de cervatillos o más bien como cachos de espinas de pescado y colas largas de vacas saliendo de sus coxis cual animales. Se miran uno al otro con caras de resignación, aunque no me parece que estén en esa situación a disgusto. ¿Serán Adán y Eva? No, no lo creo. El personaje central, todopoderoso, muestra la lengua fuera de su boca en señal burlona. Me causa desagrado, como muestra de saber que se ha salido con las suyas. Tiene alas de murciélago o tal vez de vampiro y ojos que te miran por todos lados; son ojos de centinela, de esos de los que no te puedes escapar, como las cámaras de vigilancia en los centros comerciales, ojos que están al asecho, vigilantes, ojos amarillos en su pecho, ojos rojos en sus rodillas, ojos en su vara de orejas de asno, ojos también en su barriga o más bien una segunda cara con ojos, nariz y boca que asoma a su vez con otra lengua de manera burlona. No me asusta pero no me agrada este demonio al cual veo como representación del egoísmo y del poder en su máxima expresión, con un poderío del cual se sabe poseedor, de un ser burlista, rey de un mundo en donde los instintos dominan el alma. Pieza principal de un espacio en donde prosperan las flores del mal, de esas que son más espinas que pétalos, en donde germinan las traiciones inesperadas de los falsos amigos que te dan un beso en la mejilla y luego te venden por treinta monedas de plata. Es la carta XV y tiene como nombre “Le Diable”. Para mí simboliza el totalitarismo y me recuerda a “El gran hermano” de Orwell en su libro 1984. ¿Recuerdan ustedes la notoria habitación 101? ¿ En verdad no les parece que este diablo es semejante al comandante en jefe, al guardián de la sociedad, al dios pagano, el juez supremo único y todopoderoso que vigila sin descanso todas las actividades cotidianas de la población de Orwell?



Las cartas, no pensé nunca en tocarlas, para mí son anatema. Me he puesto un par de guantes quirúrgicos, las he empujado con mucho cuidado con la escoba a la palita de la basura. He salido al pasillo con mucho cuidado para que no se cayeran, las he tirado por el bajante de la basura desde el octavo piso y he visto como bajaban, casi volaban por el ducto y se perdían en la oscuridad. Luego he bañado prácticamente tanto la escoba como la palita y el piso en donde reposaban las cartas con suficiente alcohol isopropílico, como medida de seguridad, por aquello de los gérmenes y los entes.

No quiero saber el porqué, la intensión, el significado; ni quién, ni por qué motivo metieron estas cartas por debajo de la puerta de mi hogar… Para mi esta historia pertenece al ayer, al olvido, o mejor aún nunca ha existido. Esto en realidad no sucedió, no aconteció, no pasó.


(Cartas: El Mago, El Loco, El Diablo)

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